Hace ahora
44 años que triunfaba en Portugal la
llamada Revolución de los Claveles,
en la que sin disparar un solo disparo, se ponía fin a la dictadura de Salazar. Mucho ha llovido desde
entonces, pero es ahora cuando el país vecino vive un nuevo renacimiento en
todos los órdenes, al tiempo que se ha convertido en ejemplo en toda Europa de hacer políticas para la
gente.
Observadores
de todo el mundo están siguiendo con mucha atención la manera como Portugal llegó al borde del abismo, de
una catástrofe económica y se recuperó. Lo hizo con una receta de rechazo a la
austeridad, que deja en entredicho muchos de los dogmas económicos
tradicionales.
Hoy Portugal está dirigida por un gobierno
minoritario socialista, que sobrevive en una coalición parlamentaria con la
extrema izquierda, incluyendo a los comunistas y que ha conseguido el aplauso
del Fondo Monetario Internacional.
En el año 2011,
Portugal estaba al borde de la
ruina. Había tenido que pedir un rescate de 78.000 millones de euros. Al igual
que pasó con Grecia, la troika
impuso durísimas condiciones de austeridad fiscal, que un gobierno conservador en
Portugal intentó hacer cumplir. Miles
de empleados fueron despedidos. Se recortaron los salarios. Incluso muchos días
festivos fueron cancelados por un gobierno que intentaba evitar la quiebra
nacional.
En ese
contexto, las elecciones de 2015 parecían presagiar más problemas para Portugal. El electorado rechazó la
austeridad y puso en el poder a una coalición de socialistas con comunistas y
otros partidos de extrema izquierda.
Las
políticas que implementó el gobierno de Antonio
Costa iban en contra del recetario tradicional. Se revirtieron los recortes
salariales del anterior gobierno. Simplemente se recuperaron de los recortes
que habían sufrido durante la época de la troika. También se restauró una
jornada laboral de 35 horas semanales para empleados públicos, se recuperaron
las pensiones y se aumentó el salario mínimo.
Lo novedoso
es que estos programas sociales se hicieron de una manera fiscalmente
responsable. Se combinaron con otros recortes en el gasto estatal que
permitieron a Portugal mantener los
objetivos de reducción del déficit.
El
crecimiento anual se acerca al 3 por ciento y, por primera vez en una década,
el desempleo ha caído a menos del 10 por ciento. Las exportaciones y los
ingresos por turismo han aumentado vertiginosamente.
En cuanto a
su sostenibilidad, muchos se preguntan cuánto durará esa inesperada armonía
entre un gobierno de tecnócratas, y la coalición parlamentaria de ultraizquierdistas
que los mantiene en el poder.
Sobre la
segunda pregunta hay que decir que la experiencia portuguesa es una muestra de que
la austeridad a cualquier costo no es el único camino válido para salir de la
crisis.
Y cuando el
mismo Fondo Monetario Internacional
está aplaudiendo los resultados de la estrategia portuguesa, de mejorar las
condiciones salariales de la gente para hacer que despegue el crecimiento, y
así que se reduzca el déficit fiscal, parece evidente que el dogma está
cambiando.
Lo que sienten
hoy los portugueses es más parecido a una euforia que muy pocos habrían
vaticinado hace apenas un par de años, pero que ahora los ha convertido, tal
vez en la muestra más clara de una recuperación económica europea. Está claro
que hay otras formas de hacer política.
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